víctima o agresor

Paz mide casi 1,90, ha jugado muchos años a baloncesto, con una mentalidad positiva, fuerte, de luchar por el equipo, pensando en lo mejor para todos. Llega a la empresa con doble licenciatura, cuatro idiomas y experiencia internacional. Su jefe es bajo, menos formado, y más egoísta. Ve en ella una amenaza desde el principio, y pronto empieza el trabajo de ir minando a su contendiente: cero reconocimiento, burla sexista delante de los demás, cantidades de trabajo desmedidas y que urgen siempre para mañana, aislamiento del resto de los compañeros , etc. Paz es fuerte y puede con todo, esperando que él la aprecie, que él la valore, pero él no tiene ese plan para ella, que, con el paso del tiempo, va dudando de sí misma, de si lo hace bien, de si ella no vale. Paz deja de descansar por el nivel de ansiedad de todo lo que tiene que hacer al día siguiente, rinde menos, es consciente de ello y se culpabiliza, quizás él tiene razón, quizás ella no vale. Pasan los meses, y Paz ha perdido 15 kilos y mucha autoestima, llora sin saber por qué, su sueño está roto, y la mirada amable de su jefe nunca llega por mucho que se esfuerza. Tenemos por delante un trabajo largo, de reconstrucción de su autoestima, de hacer que obtenga su valor de su propia mirada interna que hasta ahora no había desarrollado (una mujer a la que la vida siempre le había dado el reconocimiento y sin él no sabía vivir, solo sabía esforzarse para conseguirlo). En este caso, paradójicamente su capacidad de aguante ha jugado en contra, porque de habérmelo consultado antes, habríamos podido identificar la actitud destructiva de él y haberle hecho frente desde el principio, antes de que la devorara. Se recuperará, pero será más largo que si hubiera aguantado menos y pedido ayuda antes.

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    “Las mil y una crisis”.
No te quitará el sueño, te dejará en paz.

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