(Copia de mi conferencia en el Ateneo de Madrid 2019)

Qui tacet consentire videtur si loqui debuisset ac potuisset.

Dice el derecho desde la antigüedad que quien calla cuando pudiera y debiera hablar parece que consintiera. Hoy en lugar de hacer sensacionalismo con las historias desgarradoras de algunos clientes, hombres y mujeres, quiero repasar algunas escenas en torno al consentimiento en mi propia vida, que ha sido bastante normal. Os animo a hacer el mismo ejercicio en casa, aprender y pasar a otra cosa.

NO me callé cuando con 6 años, una señora en el autobús se sentó y me aplastó y le grité «señora yo también necesito un sitio». Todo el mundo se rio, me contó mi madre, pero yo defendí mi espacio. Bendita espontaneidad infantil. Ojalá no la perdiéramos nunca.

Sí me callé cuando con 7 años mis primos, un poco más mayores me indujeron a consumir cigarrillos y pornografía, lo que me desagradaba, recabando mi propia paga infantil. Necesitaba sentir que pertenecía a mi familia y ellos tampoco eran conscientes por ser también niños.

Me callé también cuando el profesor de lengua daba capones con el anillo, o el de dibujo técnico arrancó las patillas a mi compañero de mesa al levantarlo en peso de las mismas, y le dejó sangrando. Hoy nadie se quedaría callado, afortunadamente avanzamos, pero entonces el miedo a la autoridad del profesor nos congelaba.

Sí me callé cuando me hicieron burla y acoso un profesor y varios alumnos, durante años. Me callé tanto que fuera de mi amoroso hogar dejé de hablar prácticamente, eligiendo la soledad con un altísimo grado de sufrimiento, hasta que un chico benevolente me sacó de ella. ¡Gracias Alberto!

No me callé cuando siendo adolescente mi entrenador abusó verbalmente de mí, como de tantos otros, y me quejé entre lágrimas ante el director de deportes. Al final volví al equipo y él también, yo motivado por el entrenamiento y el deporte, válvula de escape para aquella tormentosa soledad. Él sin cargas, pues nadie más se atrevió a confirmar que con ellos también lo hacía. Todo parecía igual, pero no, yo había hablado y él entendió lo que a mí me suponía, y cambió. No te calles.

Me callé cuando intuí que un religioso de mi colegio estaba abusando de su posición con algún compañero, llevándolo a su despacho en privado y tocándole. A mí, sinceramente, me dieron celos de la atención que él recibía, pero intuí que había un precio, que no estaba dispuesto a pagar. 25 años después me confirmaron que así fue.

Me callé cuando una novia modelo me dijo que estar con ella era un privilegio, y que yo tenía que cubrir sus gastos, en concreto los de nuestra estancia en la sierra, aquella Semana Santa que tanto había deseado compartir con ella. Aprendí que mi amor no debía valer lo suficiente, que también tenía que pagar. Aquello no era machismo, era mercantilismo, y yo lo compré por dependencia emocional, gastando mis acumuladas «pagas» semanales, y perdiendo autoestima.

Me callé del todo cuando mi novia empezó a mostrar rechazo y desprecio a mi sentido del humor, a mis opiniones, a mis amigos, y luego siguió con enfados coléricos que no supe confrontar. Mi mejor amigo me dijo: «esta chica te quita el habla». Yo me justifiqué con que no necesitaba acaparar la atención, que ese lugar de fondo también me gustaba, con tal de estar con ella, tan guapa, tan singular, tan especial. Consentí en eso, y consentí con que me contara constantemente, durante meses, que le sobrevenían escenas sexuales muy vívidas con otros hombres, de manera abrupta. Yo elegí escucharla durante interminables sesiones, donde ella se ponía de víctima de brujería negra, y yo de terapeuta impasible (aunque yo todavía no era profesional). Una locura mutua que me destruyó la autoestima durante años. Cuando ella decidió abrirse realmente a otras personas y pretendió que yo siguiera estando para ella, yo conseguí decir NO, y separarme. Sin embargo, pronto retomé contacto con ella, como amigos, me decía, pero era por dependencia. Necesité diez años más de terapia y empoderamiento psicocorporal para moverme ante ella de manera más natural, solo como amigos, hasta el día en que me levantó la mano, y yo pude echarla de mi Casa.

Me callé cuando me contrataron sin seguridad social, a pesar de ir contra la ley (porque yo tenía mi despacho propio), pero consentí por amistad a quien me introdujo y por miedo a perder el trabajo.

No me callé cuando trabajaba para el ministerio de exteriores y entramos en guerra en Irak, colaborando solo, pero me pareció suficiente, fui a la manifestación en contra, y ahí sí creí jugarme el puesto de trabajo. En contra de mis miedos, no fue así, pero un atropello en bici me paró la vida, reflexioné en cama y dimití por pura coherencia.

Me callé cuando en un ejercicio de psicodrama propusieron cambiar roles, y como chico me convertí en Mía, una atractiva mujer fatal, que pensé dominaría con sus encantos, pero me encontré con que las mujeres presentes se convirtieron en machos burdos que me sobaron el culo, el pecho y hasta el paquete, violando mi intimidad. Yo les decía «no, estate quieto», pero flojito, pensando que no me pasaba nada por soportar unas cuantas bromas. Cuando acabó el ejercicio, nos pidieron que conectáramos con cómo nos sentíamos y yo me puse a llorar desconsoladamente. Les sacaba una cabeza a todas esas mujeres vestidas de hombre, pero no fui capaz de impedir una agresión que me había herido el alma. El mini ejercicio de empatía me hizo pensar que es absolutamente imposible ponerse en la piel de tantas mujeres dañadas y abusadas durante tanto tiempo, Vayan mis propias lágrimas por ellas y compromiso personal de defenderlas de cualquier ataque que pueda presenciar.

No me callé ni me callo, cuando aprendí sobre la realidad de los refugiados, para no consentir la injusticia de la persecución en su país de origen por motivos políticos, religiosos o una guerra. La tragedia de haber nacido en el lugar equivocado.

Hay mucho más, pero hasta aquí puedo leer. Cuando repaso todos esos contextos, encuentro muchos factores que me impulsaron a la resignación y aquiescencia: necesidad de pertenencia a un grupo, necesidad de gustar, de ser querido, necesidad económica (no perder el trabajo), necesidad de amparo espiritual, etc. En unos casos pude expresar un No, pero en otros, no fui capaz, no me compensó, no estaba maduro, o preferí seguir forzando la máquina, la mía y la del otro, para mantener aquellas relaciones. «Un privilegio», pensaba yo que tenía estando al lado de mi novia, por ejemplo, creyendo que era una diosa, y yo un mortal. Nada más lejos de la realidad.

Ha pasado mucho tiempo, pero hoy al salir de mi presente y revivir todo esto, me puedo ver víctima de tantos abusos, me siento resentido y tengo ánimo de venganza. Durante tiempo me recreé pensando en pinchar las ruedas y romper las ventanas del coche del profesor que me amargaba la existencia y las matemáticas durante años, cuando acabara el colegio. Sin embargo, el día que años después volví allí, le vi anciano y amargado, y entendí que lo mejor que podía hacer era olvidar, que no perdonar. Desvincularme de él, soltar el pasado para volver a mi presente, a mi aquí y ahora, y disfrutar de lo mejor que puedo hacer en cada instante, con toda mi fuerza y mi capacidad de expresión. Debo respirar, volver a mi centro, recordar que no soy una víctima, quien tiene el poder, soy yo.

No tengo culpa por las veces que no me expresé ni pude ver con claridad lo obscuro de la situación. Durante tiempo era un niño, y estaba en situación de inferioridad. En otras ocasiones las relaciones verticales hicieron que yo desde abajo me dejara abusar por el de arriba. En otras, supuestamente horizontales, simplemente la inconsciencia del precio a pagar me llevó donde no debía ir. ¿O acaso sí que debía ir? Como persona resiliente, reconozco que gracias a mi entrenador conseguí una capacidad de esfuerzo y disciplina que me ha ayudado a sostener momentos realmente complejos en la vida. Gracias a aquella novia tan demandante, suspendí las oposiciones a diplomático, que poco tenía que ver conmigo, fui a terapia y luego me hice terapeuta y gestor de crisis, lo que me hace muy feliz y además soy mucho mejor profesional de lo que sería en cualquiera de los muchos estudios que hice antes. Gracias a aquellas vivencias hoy puedo acompañar a muchos hombres y mujeres en situaciones parecidas y entenderles mejor que si las hubiera leído en un libro. Mi camino es sagrado en todos sus pasos, y por ello le doy gracias a todos los que lo han compartido conmigo. Gracias por lo bueno, y por lo malo.

Hoy he hecho una catarsis escribiendo todo esto, pero no pienso seguir revisándola. Mi lugar es el presente. Revisar el pasado reproduce heridas, me pone en la víctima y me quita el poder (nos reproduce heridas y quita el poder, a todos). Además, estoy seguro de que otros o las mismas personas que menciono pensaran que fui yo su verdugo en otras circunstancias. Todos, hombres y mujeres, somos ángeles y demonios por momentos. La clave está en darnos cuenta de lo que estamos haciendo en cada instante, empoderarnos con responsabilidad y salir de los juegos perversos, sin consentir.

Es bueno también haber revisado escenas donde sí que pude decir no. De no hacerlo así, me tragaría una versión de mí mismo como ser débil, flojo, incapaz, y no es cierto. Hay mucha fuerza bajo mi dulzura, debo recordarlo y ejercitarla. No hace falta que sea en grandes dramas ni con violencia, basta con devolver amablemente un plato que no está bueno en un restaurante.

Hoy soy un hombre mucho más poderoso, con más autoestima y recursos, pero todavía hay escenas donde pierdo la voz. Todo el trabajo que he hecho y sigo haciendo, incluidas artes marciales meditativas, terapias, danza, teatro, estudios, y la vida misma, me aportan una capacidad que entonces no tenía, es cierto, pero debo permanecer siempre alerta, que no crispado, pero sí consciente, con la garganta clara y el diafragma presto a inspirar profundamente y decir tan alto como haga falta…

¡¡¡NO!!!

……………………

Sigue la lectura en mi libro “Las mil y una crisis”.

    Continúa la lectura en mi libro
    “Las mil y una crisis”.
No te quitará el sueño, te dejará en paz.

Suscríbete a mi blog!

Gracias por suscribirte!
Ha habido un error en el proceso, inténtalo otra vez.

prometo no enviar Spam!

Sígueme

#Jorge_Urrea