Juanma no puede más con el confinamiento, que en Madrid no acaba de llevantarse. Vive solo, y siente que el pecho no le bate, que está congelado, ya no sabe si es por la enfermedad, su emoción, o su falta de emoción. Recibe una invitación de cumpleaños clandestino de una amiga que vive cerca, y sale furtivo de su casa, enmascarado, con gafas para proteger los ojos y una capucha para el pelo, guantes en las manos no, porque su piel necesita sentir el aire de alguna manera. Intentará no tocar nada por la calle. De camino, siente que algo de oxígeno llega bajo la mascarilla, pero no tanto como le debe llegar a la gente que se cruza, sin protección. Le da envidia, pero la sostiene, es un buen ciudadano, con carácter social, implicado en que la sociedad vaya bien. Piensa, “No me quedo en casa porque no puedo más, pero me responsabilizo de cuidar a los demás”.

Al llegar a casa de su amiga, le abre el marido, sin mascarilla, y tras un segundo de dudas sobre si saludarse con el pie, el codo o dejarse paso, deciden abrazarse. Algo mágico sucede, el pecho se le abre, tiene ganas de llorar de alegría. Había olvidado la sensación de un abrazo. Entra al salón y se encuentra cinco amigos, incluida su querida Ana, todos sin protección. El ambiente es distendido beben vino todos pegados en el pequeño sofá, como antes, incluso fuman. El desnuda su atuendo, y su amiga se le echa a los brazos. Juanma ríe y llora, el corazón bate todavía más alto, o más profundo. Se sienta, charla, cantan a Chabela y también aquella canción de Mecano “Aire”, lo suficientemente juntos como para vivir aquella “experiencia sexual” de ser respirado por otro y en otro. La marihuana en el bolsillo parece palpitar, se lía un porro y lo comparten todos en paz y amor.

Cuando vuelve a casa, de nuevo protegido, o quizás ahora protector de los demás, llama a su pareja. Hace “9 semanas y media” que no la ve, porque vive con sus padres y ella prefiere asegurarse de que nada les pueda contagiar. Juanma le cuenta lo sucedido, y ella, aunque intenta no juzgarle, no puede evitar enfadarse, y le dice que aunque levanten el confinamiento, no podrán verse, hasta estar seguros de que no se ha infectado. No puede soportar la idea de perder a sus padres por una contaminación dionisíaca de su pareja. Juanma no la juzga, la quiere libre de ser quien es, tanto como a si mismo.

Juanma cuenta todo esto visiblemente transformado. Se ha vuelto la María Magdalena de sus amigos, ofreciendo abrazos a todos aquellos que lo necesiten, al precio que sea. El confinamiento todavía no ha sido levantado, no hay medidas de seguridad, para él ni para los amigos, pero “la vida es así”, quien quiera tomarla como él que dé un paso adelante.

Cuando escucho a Juanma, no me sale juicio. Ha hecho su camino, y ha sido responsable porque le ha dicho a su pareja la verdad, y dice comprometerse a seguir cuidando el entorno público. Yo, que también me quedo en casa, me pienso como un hombre más estricto, aunque quizás tan solo tenga más aguante por ahora. Quiero que mis padres, con casi 80 años, sepan que pueden venir a mi hogar en el campo, seguros de que nada les va a pasar. Tengo un jardín grande lleno de rosas y quiero regalárselo. Llevan más de dos meses metidos en un piso pequeño lleno de libros, tantos que ocupan el salón en columnas desde el suelo, sin espacio para bailar y expresar la necesidad de libertad. Sin embargo, ¿querrán ellos venir? ¿Confiarán en mi palabra o preferirán seguir en su nido? Quizás ellos no sientan que los libros les agobian, sino que les acompañan, les cuidan, les protegen, les recuerdan la humanidad y la vida más allá de sus paredes, con la maestría de nuestros literatos, que unen belleza y verdad en pocas palabras. Aunque tampoco les juzgaré si deciden no venir, me dolerá su ausencia y tendré que conformarme con la tradicionalmente tan denostada tecnología por algunos, que en estos momentos es para todos mejor que nada. Lo más importante para mí, es recordar que ninguno hemos venido al mundo a satisfacer las expectativas de los demás. Si nos encontramos bien, y si no, no pasa nada, tendremos otras cosas que vivir, gozar y aprender. Vaya mi amor por todos nosotros y nuestros caminos sagrados, con multa o sin ella.

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    “Las mil y una crisis”.
    No te quitará el sueño, te dejará en paz.

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