Álvaro tiene casi 50 años y está pasando la enfermedad en casa a solas, porque hija se ha quedado con su exmujer para evitar riesgos. Es autónomo y no sabe de qué va a vivir, pero es un hombre fuerte, tiene familia y muchos amigos a los que ha cuidado y que ahora le apoyan, saldrá de esta. A él se lo ha contagiado su padre, quien está en la UCI “con morfina para facilitarle el tránsito”, su madre acaba de ingresar por no poder respirar, pero su pronóstico es mejor (la mortalidad de hombres con esta enfermedad es el doble). Álvaro se debate entre la fiebre del virus, y de la ira porque en el hospital no le quieren decir gran cosa sobre su padre, y aunque el padre tiene un teléfono por el que comunicar, delira con la fiebre y otras complicaciones que se le han cruzado y le están matando.

Alvaro, como tantos otros en esas condiciones, tiene la angustia de falta de información y de control sobre la situación, y contacto con un familiar, que está sufriendo aislado. No se trata solo de cómo acompañarle en su dolor y darle ánimos, sino también apoyarle en lo que en muchos casos es una transición hacia la muerte.

Alvaro es mi amigo de toda la vida, he convivido con sus padres en su casa y durante vacaciones de mi juventud. Hoy lloro con él, a distancia.

Todos tenemos a alguien que va a enfermar incluso morir estos días. Para unos será una persona muy cercana, y para otros menos cercana, pero con un impacto grande sobre un amigo o familiar, al que querremos acompañar de alguna manera. El crack del sistema sanitario nos conmina a enfermar en casa los que podamos, y a cuidar de nuestros enfermos y ancianos, pero ¿cómo, si a menudo no podemos ni acercarnos?
Si tú estás enfermo, recuerda que no eres un apestado, que eres un ser digno de cuidado y amor. Pide ayuda para lo que necesites, que el mundo verá como proveer. No solo son médicos, también los vecinos, familiares, amigos, militares, policías, protección civil. Todos te pueden hacer la vida más llevadera en este momento.

Por nuestra parte, los que no estamos enfermos, pero nos afecta todo esto emocionalmente, debemos atender a lo que nos sucede, dándole espacio, expresando, liberando el grito y las lágrimas, para poder ir a lo siguiente. Viviendo conscientemente podemos convertir emociones como el miedo, la ira, el dolor, la tristeza, en algo funcional, y trascenderlas. Es necesario vivir y trascender para poder evolucionar y no quedarnos anclados durante años en una emoción negada, reprimida, cristalizada en nuestro ser. Las catarsis colectivas e individuales, desde balcones o por internet, llevadas hacia la luz, ayudan a canalizar estos trances y sentimientos, con una sensación de que uno no está solo. Somos energía, fomentemos grandes campos energéticos de apoyo (no de odio).

Veamos cómo puedes cuidar del enfermo, moribundo, incluso muerto, desde tu casa, incluso si no puedes acercarte o comunicar con él. Piensa en lo que esta persona necesita de verdad y ofréceselo. SI tienes acceso telefónico no quemes ese rato tratando de controlar lo que hace o deja de hacer, cómo se comporta con el personal médico, y si está comiendo bien o no. Tu control no ayuda, confía en los profesionales que harán lo mejor que puedan. No estás en disposición de cambiarlo de hospital ni ejercer influencia sobre un personal sanitario ya desbordado, que no tiene tiempo para ejercer, menos para gestionar tu angustia (eso hazlo con tus seres queridos y psicoterapeutas). Además, el hecho de ser anciano o estar con funciones mentales deterioradas no te convierte en un niño al que su hijo puede regañar y castigar emocionalmente. Necesitan un buen acompañamiento. ¿cómo lo puedes mejorar?

Diles que les quieres, dales las gracias por lo que sí que te dan y dieron, lo importantes que fueron en tu vida, hazles sentir acompañados no solo por tu voz, sino también por toda la gente que hay detrás y que no se puede poner al teléfono, pero que también se interesa y quiere saber. Sois muchos, no está solo. Evoca buenos momentos de vuestra vida, buenas sensaciones y vibraciones en las que descansar hasta que dé el último aliento. Ayúdale en sus miedos ante lo desconocido, algunas personas están preparadas para la muerte, han tenido una vida ejemplar y tienen fuertes creencias religiosas que les dan sustento, pero otras, descubren que su vida y espiritualidad no ofrecen cobijo y sienten mucho miedo. Ayúdalas a sostenerlo y hacer el tránsito hacia una vida mejor, o al menos una muerte mejor.

Muchos morirán sin una cara conocida a su lado. Serán incinerados y a sus familias les darán las cenizas “en un futuro”. Si no tienes ninguna manera de comunicar con los moribundos (o velarlos, si ya han fallecido), haz un acto sagrado en el espacio del que puedas disponer, por algún recuerdo de ellos, una foto, un objeto, algo que para ti le de un significado y te ayuda a sentirte conectado con la persona. Muchas tradiciones incluyen el fuego como canal, una vela, otras el agua. Da igual, hazlo a tu manera, pero entrega toda tu atención y presencia, en este apoyo a distancia. Lo puedes hacer sólo o acompañado con más familiares, en el mismo espacio, o de manera sincrónica desde otras casas. Puedes hacerlo rezando, meditando, cantando, intentando mantener el foco de atención en el otro, siempre acompañando a su espíritu, que de acuerdo a tradiciones como la budista tibetana, pueden permanecer entre nosotros al menos tres días después de la declaración de la muerte. Dile en tu cabeza que le deseas un buen tránsito, que no tenga miedo, que su vida ha dejado huella en ti, que honraras la vida con tu presencia en ella, en su recuerdo. Cuando sientas que estás tranquilo, puedes dejarlo ir en paz, sin anclarlo a ti. Tu duelo durará un tiempo indefinido, irá y volverá. Deja que el agua corra cuando lo necesite.

    Continúa la lectura en mi libro
    “Las mil y una crisis”.
    No te quitará el sueño, te dejará en paz.

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