Hace muchos años fui a mi primer curso de eneagrama en la Fundación Claudio Naranjo, un método de autoconocimiento complejísimo que te ayuda a reconocerte en un tipo de personalidad como manera de ir luego mejorando en tu relación contigo mismo y con los demás, creciendo, abriendo el corazón y la mente. El camino no fue fácil. La primera mañana, según me lo fueron explicando…

1) Me entristecí porque me vi como un uno, iracundo, en posesión de la verdad, poniéndome por encima de los demás y de mi mismo, siempre insatisfecho.
2) Me dolió ver el daño que produjo mi orgullo en momentos donde todo se acabó porque yo di un portazo, sin vuelta atrás, acumulando muertos en mi armario existencial.
3) Exploté de vergüenza al ver mi vanidad, esa máscara bella ante el mundo, con la que dejé de saber quién era yo mismo, tratando de ganar influencia sobre los demás.
4) Exudé fatiga acumulada por no poder esforzarme más, como carácter envidioso para conseguir todo lo que me faltaba. El tesón es buena cosa hasta que compruebas que tu vida no ha tenido un descanso.

5) Vi mi avaricia, egoísmo y responsabilidad de esconderme del mundo, arrogante, como si no me hiciera falta nada ni nadie.
6) Asumí mi falta de valentía en momentos claves de mi vida, y cuantos prejuicios mentales me habían impedido ser yo mismo, libre, y amar al otro como era.
7) Pude entender mi mariposeo con todo lo que he hecho, siempre buscando la mirada del otro, y saltando a lo siguiente sin profundizar.
8 ) Pedí perdón por tantas camas recorridas buscando placer sin tener en cuenta el abandono que producía antes de llegar el alba.
9) Vomité de tanto que había comido buscando amor, tumbado, sin responsabilizarme de mi vida, asumiendo un papel de víctima y mártir por el bien de los demás, que solo compraba una imagen en el cielo de los antiguos.

Ese fue mi aterrizaje al conocer tanto de mi en las primeras dos horas. Salí de la sala a tumbos, con un ataque de pánico, temblando por todo el cuerpo con tremendo dolor en la mandíbula desencajada, un terapeuta vino y me abrazó firmemente hasta que pude recuperar algo de calma. Gracias. Fue mi primera crisis profunda de autoconocimiento, un gran despertar que me llevaría con los años a:

1) Tener compasión de los que se creen en la posesión de la verdad, yo incluido, viendo detrás de tanta seriedad el niño interior, necesitado de una nariz de payaso.

2) Apreciar y respetar las grandes mentiras que nos contamos para sobrevivir al dolor de creernos insuficientes.

3) Amar la chispa de verdad y autenticidad que se esconde detrás del maquillaje.

4) Tener compasión ante la intolerancia del envidioso, sabedor de que algún día despertará a su abundancia y mostrará una humildad exquisita.

5) Admirar lo sencillo y austero como parte de desnudarse de tanto superfluo, y ahí amar con sutilidad la piel de mariposa.

6) Pude recorrer el espacio entre tú y yo, para construir un nosotros cuyos frutos traigan un mundo mejor.

7) Poner mi narcisismo al servicio, y ver y reconocer, que el de los demás también aporta.

8 ) Aprender que el poder es un regalo del cielo, no del infierno, apreciarlo con voz clara y relacionarme de igual a igual.

9) Apreciar la belleza del virtuoso dar sin esperar nada a cambio.

¿Encontré mi número? Preguntan los que creen que esto es así de sencillo. Si, me encontré en todos. Pude desplegar el ser, abrir el corazón y comprender, con compasión profunda hacia mí y hacia los demás. Bendita crisis.

    Continúa la lectura en mi libro
    “Las mil y una crisis”.
    No te quitará el sueño, te dejará en paz.

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